Mi casa eras tú
Arteidea, grupoeditorial
Autor:
Juan Carlos Rodríguez Farfán
Comentario:
Miguel Almeyda
La
pobreza es una maldita condena. Si naces pobre, vivirás pobre y la heredaras a
tus hijos. En cada esquina del barrio te esperaran las drogas, el alcohol, la
delincuencia, la enfermedad, el desempleo y la muerte. Por eso, para no caer en
sus garras, miles de hombres, mujeres y niños escapan al exilio, cargando
sueños e ilusiones en sus maletas, con miedo se suben a los aviones, barcos o
buses, con angustia se dirigen a tierras extrañas donde vivirán años de
soledad, nostalgia, rabia, frustración, esperanzas y alegrías en una lucha
furiosa por un poco de dignidad.
Algunos triunfan, encuentran la autoestima, el
respeto, el dinero, el status, se hacen de una vida nueva, pero la mayoría
termina limpiando el culo de Europa, Japón o USA con un trapo y detergente
barato, cuidando viejos, cocinando
comida de plástico, regando jardines inmensos e inútiles, paseando perros que
comen mejor que cualquier niña o niño miserable de nuestro continente, muchos
inmigrantes son los pobres del mundo desarrollado que es una pobreza más dura
todavía, sobreviven comprando en las tiendas de todo por un dólar, ahorrando
cualquier dinero para enviar a los parientes, viviendo de las sobras o peor aún
de la basura, reciclando muebles, ropa, comida, medicamentos, reciclando el
alma.
Enfermos
de nostalgia, comen nostalgia, beben nostalgia, escuchan nostalgia, tienen en
su memoria un país transformado por los recuerdos, vuelto a imaginar corregido
y aumentado, enfermos de melancolía, se reúnen los domingos con los otros nadie
para anhelar, emborrachándose hasta olvidar, después vuelven a sus trabajos,
repitiendo el ritual el fin de semana
siguiente, el otro y el posterior en una cadena interminable. Ciudadanos de
segunda, de tercera, de ninguna clase, maltratados, abusados, explotados por la
gran mentira del jodido sueño americano.
Emigrar
es partir para siempre. Uno sueña que volverá, se va con esa ilusión pero no es
así, uno cambia, el país cambia, todo cambia como dice la canción y tú nunca podrás
volver al tiempo en que te fuiste, nunca serán los mismos afectos, las
sensaciones, emociones y sentimientos, y la nostalgia por lo que se fue te acompañara
todo el tiempo y eso es lo más fuerte de encontré en la lectura de este texto
de Juan Carlos Rodríguez Farfán
La
memoria a veces es lo único que nos queda, algunos pueden tomarla y llevarla al
papel, escribir entonces se convierte en terapia personal, colectiva, embrujo, curación, esos recuerdos que aun flotan se
atrapan y se convierten en poemas como
estos que nos presenta MI CASA ERAS TU, quedan en mi algunas frases que al
leerlas me llenaron de las mismas emociones que creo el autor sintió al
escribirlas, metáforas que aluden al pasado y los tiempos donde el amor en
todas sus formas estaba presente, debo
indicar también que hay mucho desamor en estos poemas, aquel del olvido, aquel
del silencio, aquel del dolor que provocan a veces los recuerdos.
La
familia, los aromas, la comida, la pasión de otros y la propia pasión nos
envuelven, en este mundo personal que se convierte ahora en colectivo con este
libro. Personalmente tengo la teoría que siempre estamos emigrando, del vientre
materno emigramos en el nacimiento hacia el mundo fiero y real que será compañero por el resto de nuestras vidas,
emigramos de casa cuando salimos por primera vez a la escuela, y luego vamos
emigrando de barrio, de ciudad, de amigos, de amores y desamores, algunos se
van para siempre y emigran a otras culturas, otros se casan y emigran hacia la
vida de compañía del matrimonio y la familia, así vamos emigrando hasta la
muerte que nos lleva en el momento final con nuestro equipaje de nostalgia.
Leyendo
estos poemas me he preguntado que hubiera sido de mi vida si no me hubiera autoexiliado,
seguro estaría muerto o con un poco de suerte hubiera vuelto a mi barrio, me
hubiera casado con una de las mujeres que me gustaban, que eran todas, habría
envejecido mirando la vida pasar, sentado frente a la canchita de fulbito,
teniendo hijos, viéndolos crecer, acompañándolos a sus partidos de futbol y a
sus fiestas. Hablando de política, me hubiera quejado de los gobiernos, votado
en las elecciones para después seguir jodido, sobreviviendo en lo que fuera
para ver a los míos repetir la historia de frustración de la pobreza. Pero me
fui, como Juan Carlos se fue y amanecimos en países tan distintos a nosotros, sintiéndonos
desnudos, vueltos a nacer. Pero no era bueno como dice Aristides Vargas el dramaturgo:
Porque un recién nacido de 26 años es necesariamente un monstruo…
Para su salvación los emigrantes tienen una paradoja,
la vida que viven cada día y otra que tienen en su memoria donde todo se ha
quedado suspendido en el tiempo, las personas no envejecen, las casas no
cambian, el país no se mueve, los paisajes son perpetuos. Estos poemas añoran
esta vida, estas imágenes del tiempo que quedaron para siempre marcadas en la
memoria del autor. Esas cosas que se perdieron, tan latinas, tan peruanas,
tan arequipeñas, las pequeñas cosas que
te hacen feliz, un hogar, porque hogar es el amor de los que te rodean, un
lugar donde envejecer, los espacios que te traen recuerdos, donde has
compartido juegos, aventuras y costumbres, la misa del domingo, la navidad con
la familia, los cumpleaños con los amigos, las cenas, la fiesta inolvidable, la
calle con el mismo poste apagado, los amores invencibles, la pequeña ternura de
cada día, porque el que no se tuvo que ir, vio al tren pasar a la misma hora y
a veces eso es lo único que desean, volver a mirar el tren pasar
por la puerta de su casa, la misma casa donde nacieron sus padres, donde ellos
nacieron, donde nacen sus hijos y nietos, donde un día Dios quiera morirán.
Los que se fueron por su propia elección se llevaron
esperanzas, sueños e ilusiones, los que fueron obligados al exilio solo
llevaron una colcha, una foto, una maleta para cruzar las fronteras, los
desplazados del mundo, serbios, croatas, palestinos, los chilenos de la
dictadura, argentinos, salvadoreños, los sobrevivientes de la segunda guerra
mundial, los coreanos, vietnamitas, los desplazados de las guerra en África,
los miles de peruanos que desde hace veinte años van sin rumbo buscando a sus
muertos, son seres tristes llenos de melancolía, donde la nostalgia ha hecho
carne, con afectos que se quedan en el recuerdo y vuelven cada vez a este mismo
recuerdo gritando para no llorar.
Todo esto me ha provocado la lectura de estos versos
que en Francés tienen una energía potente e increíble, por eso para terminar
quiero leerles este poema que resume para mí la sensación del libro:
Todos los días me emborracho con la ilusión de ver a
mi madre, con la ilusión de sentir su mano rugosa acariciando mi rostro, con
la ilusión de escucharla llamándome a almorzar. Todos los días me emborracho
con la ilusión de ver a mi padre, riéndose cruel en la cara de Dios, entonces
vestido de kamikaze salgo al calle a pelear contra las sombras que acuchillan
un mendigo en el último quinqué.
Todos los días me emborracho con la ilusión de ver a
mi hermano, esplendido calentando la oreja a cuanta presumida se le cruce en el
camino y riendo a su antojo por mis pobres heridas de amor.
Todos los días me emborracho con la esperanza de
volver al barrio, los perros callejeros persiguiendo el polvo de los muertos,
la colina, pétrea abrigando mis caricias púberes.
Todos los días me emborracho con la ilusión de
derrocar a la desilusión, pero solo percibo sobras traslucidas, solo percibo
que el tiempo se traga las flores raras de mi jardín, solo percibo mi hocico
vomitando esa puta ausencia que ustedes me han dejado como herencia.